Para
escribir este cuento, me inspiré en este vídeo, que me recordó, aquella historia
que mi madre me contaba, sobre la estrella más brillante. Le agradezco cada día
que me enseñara a tener valor para seguir mi estrella y valorar mi luz.
Rincón Artístico
“La estrella más brillante”
Érase una vez, una pequeña
niña de grandes ojos azules y de cabello oscuro, a la que le gustaba mucho
jugar con sus amigas y amigos. Su juego favorito era el escondite, se pasaba la
mayor parte del tiempo parando, ya que, cuando le tocaba esconderse, buscaba un
escondite cercano, debido a que se cansaba cuando corría grandes distancias.
Pero no le importaba perder. Sus amigos solían buscar escondites muy originales:
entre árboles, tras los coches aparcados, incluso algunos de ellos se
intercambiaban las chaquetas intentando hacer trampas… Todos aquellos pequeños
detalles la hacían reír y disfrutar del juego.
Hasta
que un día llegó una niña nueva a la pandilla y no paró de meterse con ella
porque perdía, insistiéndole para que buscara un escondite lejano. Ante
aquellas palabras, la niña empezó a sentirse triste, pero, a pesar de ello,
siguió jugando. Finalmente, ante la insistencia de la recién llegada, la niña aceptó
esconderse en el parque, lejos de la meta. Aquella vez no perdió, pero llegó a
la meta tan agotada que tuvo que dejar de jugar y volver a casa.
Mientras volvía a su casa,
la tristeza crecía y empezó a llorar. Cuando cruzó la puerta, mucho antes de lo
habitual, su madre se acercó a la niña y le preguntó:
-¿Por qué lloras hija?
-¿Por qué lloras hija?
La niña explicó a su madre
lo sucedido con la niña nueva y el juego del escondite. No podía parar de
llorar y de repetir que era distinta a los demás niños y niñas y que se sentía
sola.
Su madre la cogió de la mano
y, sin decir nada, salieron al balcón de su pequeña casa. Frente a ellas
brillaba una estrella, era la estrella más brillante de todo el cielo, pero
parecía encontrarse sola, no se veían otras estrellas a su alrededor.
La madre sacó un pañuelo
blanco y suave de su bolsillo y secó las lágrimas de su hija. Cogió con firmeza
y dulzura la barbilla de la niña y alzó su cabeza, al mismo tiempo que señalaba
aquella estrella.
-¿Ves esa estrella?,
preguntó la madre a su hija, con una sonrisa en los labios.
-Sí, es muy bonita y brilla
mucho, respondió la niña con gran curiosidad.
-Esa estrella eres tú, dijo
la madre muy convencida.
-Pero mamá, esa estrella
está muy sola.
-No está sola, sólo que
brilla con tanta fuerza, que las demás estrellas no se pueden ver, pero aunque
no las podamos ver, están ahí.
-¿De verdad tengo tanta luz?,
dijo la niña secándose las pocas lágrimas que aún brotaban de sus ojos y
empezando a sonreír.
-Tienes tanta, que algunas
personas se asustan. Pero otras, te querrán precisamente por tu luz. Nunca
dejes de ser tú, mi niña. Tú vales mucho.
-Gracias mamá. Te quiero. La
niña besó y dio un fuerte abrazo a su madre.
Desde aquel día, cuando se
sentía triste, la madre la acompañaba al balcón para que pudiera ver la
estrella y recordara su luz.
Poco a poco, la niña fue
creciendo. Y aprendió a ir sola al balcón en busca de su estrella. Con el
tiempo le bastaba con mirar al cielo, se encontrara donde se encontrara,
siempre encontraba su estrella, que le recordaba su luz.
Esa niña, hoy es ya una
mujer y, gracias a esa historia, nunca olvidará que su estrella sigue brillando
en el cielo guiando su camino.
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